Todos soñamos con ser los mejores en los nuestro. Cuando en nuestros caminos se topó el desafío de escoger lo que queríamos ser, a lo que nos queríamos dedicar, decidir que estudiar… nuestra mente absorta en un sueño imaginó ese futuro en el que trabajaríamos y nos dedicaríamos a aquello que más nos gustaba, que mas no motivaba y nos hacia felices. Imaginábamos que seríamos los mejores, que nuestro trabajo sería el mejor, que nuestro esfuerzo sería reconocido y gratamente recompensado, todos nos imaginamos en la cima. ¿Quién no ha soñado alguna vez ser un prestigioso periodista? ¿Escribir un artículo que sea leído por cientos de ciudadanos? ¿Alcanzar un prestigioso hueco en este mundillo?
El revelador caso
Caminos para conseguirlo hay miles, pero solo uno bueno, honesto y verdadero: El esfuerzo, la dedicación y la veracidad. Siempre hay suculentos caramelos, fáciles y rápidos para llegar hasta la meta esperada, pero pactar con el diablo siempre tiene sus consecuencias y no precisamente buenas. Es lo que le paso a Stephen Glass, lo que relata la película El precio de la verdad. Ajustó demasiado los límites de lo que la gente demandaba, ofreció lo que el público, el lector, más quería, y lo hizo de una manera brillante, llamativa, fresca y dinámica. Sus historias inventadas tuvieron una increíble difusión, prácticamente todo el mundo las conocía y se las creía, lástima que fuesen mentira, inventadas y que las fuentes no fuesen reales, pues Stephen transmitía de manera envolvente, y hechizaba con lo que contaba.
Stephen Glass la pifió cuando, el primer diario de soporte digital, el Forbes, desenmascaró la falsa realidad de su artículo “Hack Heaven”. Contactar con el protagonista que citaba en el artículo era prácticamente imposible, con las fuentes sucedió lo mismo, el lugar donde supuestamente se había realizado la reunión, no permitía este tipo de actos, además de que se hallaba cerrado dicho día, la web de la empresa no era una web profesional… Adam Penenberg, fue el periodista del Forbes que investigó sobre el tema y el que descubrió toda la trama.
El problema de Glass fue que sucumbió ante sus deseos de ser reconocido. Esto hecho le cegó de tal manera, que incluso se entrevé que el mismo se creía sus historias inventadas. Necesitaba obtener vitalmente el reconocimiento y la aprobación por parte de otros. Su inseguridad fue el principal factor de esa conducta, que se hacía notable con la desmesurada complacencia que tenía hacia los demás.
Fue un claro ejemplo de lo que no hay que hacer: corromperse ante la ambición.
La era de lo digital
La gran diferencia entre un medio de soporte digital y otro de soporte tradicional (diario impreso), es que este último, por usanza, resulta más veraz. Esta afirmación, por el año que corría, mitad de los noventa, era totalmente cierta. Bueno es, que con el paso de los años, se ha ido evolucionando y dando credibilidad a los medios digitales, tanto es así, que por lo comentado siempre (fácil acceso, feedback, inmediatez…), se teme por la desaparición de los medios impresos.
Un gran ejemplo que desbancó esa suposición, fue el caso Stephen Glass. Él trabajaba para The New Republic, diario impreso y de gran tirada, y Adam Penenberg para el Forbes digital, diario digital pionero en Estados Unidos. El último desmanteló al primero en 1998. Este hecho habla por sí solo. Posteriormente el The New Republic determinó que al menos 27 de las 41 historias escritas por Glass para la revista contenían material inventado.
He llevado una vida bastante poco ética
Dijo Stephen en respuesta a la pregunta de un miembro del jurado.
No es el único caso de fraude o invenciones periodísticas, en este blog, Redacción mulera, nos exponen más asuntos.
Aun que lo realmente importante no es la lucha entre soportes digitales y medios impresos, ni cuál de ellos resulta mejor y más creíble, lo importante es el periodista, el profesional que se halla detrás de los trabajos publicados ya sea por un medio u otro. Este tal y como nos reiteran una y otra vez a lo largo de nuestra enseñanza tiene que tener unas bases claras: honestidad, veracidad, fuentes reales y veraces, contrastación de datos, máximo rigor… en definitiva, una buena ética periodística.
Nueva oportunidad
Stephen Glass no se suicidó tras esto, siguió adelante, se licenció en derecho por la Universidad de Georgetown University tras ser despedido en The New Republic. Escribió una novela sobre lo ocurrido, llamada “El fabulador” en 2003. La nota del autor en dicho libro comienza así:
En 1998 perdí mi puesto de redactor en The New Republic y mis colaboraciones con otros medios como periodista por haberme inventado docenas de artículos. Lamento profundamente mi comportamiento de entonces y todo el dolor que ha causado
A pesar de todo ello, posteriormente Glass escribió otro artículo sobre las leyes del consumo de marihuana en Canadá para la revista The Rolling Stone, en la que fue colaborador en sus buenos tiempos. ¿Sería completamente real ese artículo?…